El joven, sentado en el suelo, miraba a las estrellas. El viejo, de pie, miraba al joven. La noche refulgía oscura.
-No dejes de amar – le dijo el viejo. – Aunque te rompan el corazón.
-¿Tú has dejado de amar?
-Yo me he rendido. Perdí. Volví a amar y volví a perder. Y ya no me recuperé. Me rendí.
-Entonces, ¿por qué me pides que yo no me rinda?
-Porque me rendí. Pero no me arrepentí de haber amado.
Entonces el joven desapareció y el viejo rejuveneció.
El fulgor de las estrellas.
El silencio.
La Caricia de Dios en el rostro.
Las hojas susurrando en los árboles.
-No, no me rendiré – se dijo el joven. Y se sentó a mirar las estrellas.