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El teatro de Clarinda

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Máximo podría haber llegado a ser lo que hubiera querido como actor, pero su moral le impedía comportarse de una forma suficientemente competitiva (que no competente) como para llevar su talento más allá del teatro, que era lo que le gustaba.. Además, se trataba de un hombre gallardo, con lo que, de intentarlo, no hubiera tenido dificultades a la hora de convertirse en el galán del cine español o, incluso, en una estrella de Hollywood.

Pero era precisamente la integridad profesional lo que hacía que se hubiera ganado el respeto y la admiración entre sus colegas. Se trataba de uno de esos artistas que son más admirados dentro de su gremio que por el gran público, el cual mayoritariamente desconocía su nombre.

Ofertas de trabajo no le faltaban, aunque tampoco le sobraban. Se ganaba la vida bien, sin lujos, pero bien. Se había casado muy joven y a sus treinta y siete años tenía ya seis hijos. Y alguno más quería tener.

Aún le seguían contratando para hacer de héroe. Solía tocarle el papel del personaje guapo. Aunque a veces él mismo exigía otros papeles. Ocasionalmente hacía de rufián malvado y sorprendía a todos los que esperaban verle en los roles acostumbrados. Tocaba cualquier registro y siempre salía airoso.

Su amabilidad y compañerismo elevaban el nivel de la obra, no sólo en lo referente a su personaje, sino en todo el resultado final. Fomentaba eficazmente un buen ambiente de trabajo, inspiraba seguridad a los novatos, aconsejaba y guiaba a los menos talentosos… Incluso los directores le pedían consejo acerca del texto y cambiaban las partes que a él no le convencían.

Había un dicho que se escuchaba con frecuencia en los ambientes de la farándula: “Si quieres tener el aforo lleno, contrata a Manolo Gómez”, actor de moda entre el público más asiduo, “pero si quieres hacer teatro del bueno, contrata a Máximo Rodríguez”.

María Clarinda era una joven bonita y talentosa. A sus dieciocho años tenía claro que quería ser actriz. Había sabido moverse y, tras representar varias piezas amateurs, aparecer en algún anuncio de la tele y en roles secundarios dentro de obras de cierto prestigio, había conseguido su primer papel protagonista. Todo un éxito.

En el instituto, compañeros de clase habían intentado ligársela en múltiples ocasiones. Clarinda se había acostumbrado a desconfiar de los chicos de su edad. Sabía que eran capaces de prometerle el oro y el moro con tal de tener sexo con ella.

Clarinda se preguntaba cómo sería eso de enamorarse de verdad, cómo sería eso de amar y ser amada por un hombre honrado. Veía películas románticas y, cuando caían en sus manos guiones de teatro, buscaba las líneas donde se expresaba el amor, para recitarlas ensoñada.

Alarico Ibáñez era el director que la había descubierto. La contrató para un pequeño papel unos meses antes y el desempeño de la chica le convenció de tal manera que esta vez quería que ella fuera la protagonista, junto a Máximo. A la sazón, la obra hablaba de un hombre que se enamoraba de una muchacha mucho más joven que él, y de cómo se les oponían familiares y amigos. Era la clásica historia del amor prohibido, donde los protagonistas luchan por estar juntos frente a un entorno que les quiere separar…

A los actores les dieron el guion tres meses antes de empezar los ensayos, ya que hubo algunos problemas en la producción y todo se retrasó más de lo debido.

Clarinda se había aprendido el papel en una semana y, cada día, al llegar del instituto, ensayaba en su cuarto una o dos horas. Se imaginaba que ella era realmente la protagonista y que, como ocurría en la obra, al final se iría a caballo con su amado, a un lugar lejano donde les permitieran amarse, a pesar de la diferencia de edad.

Su fantasía creció y creció antes, siquiera, de conocer a Máximo. El reputado actor también se había preparado la obra a conciencia, como era su costumbre, de modo que la primera vez que ensayaron la química entre ambos fue realmente buena. Alarico se mostraba entusiasmado y los demás actores no tuvieron más remedio que quitarse el sombrero y tratar de ponerse a la altura.

En cierta ocasión apareció la mujer de Máximo, con dos de sus niños. En el descanso, Máximo se acercó a su familia y habló con su esposa, la besó, jugó con los críos… A uno le abroncó porque quería arrancar el reposabrazos de una butaca que estaba un poco rota… Clarinda no dejó de observarle. Ella, que profesionalmente ya le admiraba, en aquel momento comenzó a preguntarse cómo sería ser amada por un hombre como Máximo.

Cuando llegaba a casa después de los ensayos, se quedaba en la habitación ensoñada, tumbada en la cama, imaginando que las palabras de Eleazar (el personaje que interpretaba Máximo) eran para ella y no para Aricela (el que encarnaba Clarinda). Ensoñación tras ensoñación se inflaba el deseo de que aquello fuera real.

Olvidó que el brillo de las pupilas de Máximo, a pesar de que eran ojos de enamorado, no fulgía para ella.

El remate fue la contundente interpretación del actor.

Llegado un punto, Clarinda vio un hombre hecho y derecho, guapo, amable y cariñoso, que le declaraba el amor más profundo cada vez que se veían. Empezó a ver un hombre que la amaba a pesar de que toda la sociedad se oponía a su mutua unión. Empezó a creer que el héroe de la obra la amaba a ella. Clarinda ya no distinguía entre Eleazar y Máximo. Incluso llegó el día en que empezó a confundir su propio ser con Aricela. Ya no sabía cuándo empezaba la obra y cuándo acababa. Todo era una amalgama de sentimientos confusos, de realidades que se entremezclaban…

La obra se estrenó con mucho éxito y duró en cartel más de un año. Durante ese tiempo Clarinda fue enfermiza, delirantemente felíz. A nivel de estudios acabó el bachillerato y empezó la carrera de Arte Dramático.

Vivía la realidad como si fuera un pasado necesario, un recuerdo activo; un mundo lejano en el que tenía que moverse y esforzarse para que “la verdadera realidad” pudiera repetirse una y otra vez en cada función.

Roque, un compañero de la Universidad, se enamoró de ella; pero la zagala estaba cegada por el resplandor de su fantasía. Vivía en aquella realidad paralela que tanto le gustaba y que se repetía tres veces los martes, tres veces los viernes y tres veces los sábados. No se daba cuenta de que cuando Roque le pedía entradas lo hacía por verla a ella, nada más que a ella. No se daba cuenta de que Roque era de carne y hueso… y que Eleazar no existía.

Súbitamente, tras dieciséis meses de éxito, la obra fue cancelada. Los motivos se desconocían. Unos rumores apuntaban a una pelea entre Máximo y Alarico, el director. Otros a que el actor se había enfrentado a los productores por el tema del reparto de la recaudación. Otros que era Alarico el que había hecho tal cosa… Pero rumor va rumor viene, sólo se sabía que la obra había sido cancelada. Se dio un aviso a todos los trabajadores para que fueran a firmar los finiquitos.

Clarinda estaba tan enajenada que aquello del finiquito le sonaba fuera de lugar… ¿Cobrar por qué? ¿Que se cancelaba el qué? ¿La realidad? ¿Quién puede cancelar la realidad? No entendía lo que le decían y no quiso entenderlo.

El martes se presentó en la sala a la hora de costumbre, esperando encontrarse con todo el mundo preparado para vivir unas horas en el paraíso de Aricela… Pero allí no había nadie…

Se sentó en el borde del escenario, esperó y esperó… Soñó que Máximo – Eleazar abriría de un golpe una puerta, montado en un blanco corcel, se acercaría a ella, la subiría a su montura; ella se abrazaría a la espalda del héroe y, juntos, cabalgarían hacia un lugar donde amarse por siempre… Pero Máximo nunca apareció. En cambio, sí lo hizo una señora de la limpieza.

-¡Oiga, está cerrado! ¡No puede estar aquí! – le espetó sin acercarse.

Clarinda se levantó y salió a la calle. Ya era de noche. Hacía frío y llovía. Y un joven desafiaba a los elementos, plantado frente a la puerta por la que ella acababa de emerger. Era Roque.

-No ha venido nadie – lamentó la muchacha al verle.

Roque se acercó para protegerla con su paraguas.

-Lo sé. Han suspendido la obra. No es ningún secreto.

-No me había enterado. ¿Qué hora es?

-Las Diez y cuarto.

Clarinda se dio cuenta de que había esperado durante más de cuatro horas a Máximo, pero el desagradecido no se había presentado… La joven lloró. Roque la abrazó, besó su frente… Entonces Clarinda despertó del sueño, como hiciera en su día la Bella Durmiente.

-Perdóname por hacerte esperar… – dijo con lágrimas en los ojos y sin tener claro a qué se refería, y reclinó la cabeza sobre el pecho del enamorado.

El chico, en aquel momento, apoyó su mejilla sobre el cabello de Clarinda y deseó que siguiera lloviendo eternamente.

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