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El veneno de los piropos

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Los hombres somos bastante babosos. Cuando hay una chica que destaca un poco en belleza física, la tratamos a base de piropos y le consentimos cosas que a una no tan guapa jamás le consentiríamos. Si la chica es muy joven, 18, 20 o puede que hasta 22 años, todavía puede hacerle gracia un piropo. Pero si ronda los 30 años, ya le pitan los oídos. ¿Cuántos piropos puede haber escuchado en los últimos diez años? ¿Con cuántos babosos ha tenido que tratar…?

Ya no se creen nada y, por lo general, piensan: «otro cerdo más».

Pero nuestra actitud tiene otros efectos en la psique femenina. Aviso: voy a generalizar, aún sabiendo que las generalizaciones son malas.

El primero es que eleva el ego de las guapas a límites insospechados… y produce complejos y envidia en las no tan guapas… a veces hasta límites también insospechados. Las guapas se vuelven, así, más superficiales, más «tontas». No es una tontería relacionada con una limitación intelectual. Una mujer guapa puede tener 160 de coeficiente intelectual y ser muy tonta. Es una tontería relacionada con su ego, con su vanidad… con su superficialidad. Hacemos, así, bueno el dicho de que «las rubias son tontas». «Rubia» como metáfora de la mujer guapa.

Por otro lado, generamos una cierta ceguera, una cierta incapacidad, en la mujer guapa, a la hora de relacionarse con los hombres. Pongámonos en su situación. Imaginemos que somos una mujer bellísima, que lo hemos sido siempre y que aún lo seguimos siendo. Imaginemos cómo se comportan los hombres a nuestro alrededor. Todos son especialmente amables, hasta límites serviles, y todos parecen desearnos. Eso hace que la guapa piense que es ella la que decide qué hombres pueden enamorarse de ella y qué hombres no pueden. Todo parece estar en su mano. El problema es que el 99,99% de esos hombres no están enamorados, aunque un alto porcentaje juraría el cielo con tal de obtener sexo de ella, y algunos incluso creerán amarla (quien no ha amado nunca, no puede saber qué es el amor). No es cierto que esté en su mano decidir quién la ama y quién no. Igual que yo no puedo decidir si una chica concreta me ama o no, una chica no puede decidir si yo la amo o no. La libertad está en saber elegir a quien realmente te ama o en aceptar el amor de la otra persona… o incluso en aceptar que te has enamorado. Pero no puedes imponer nada en el otro. ¡Qué odiosa es esa frase: «yo te quiero, pero como amigo»! Como si ella pudiera exigirte el tipo de relación (amistad) que tu corazón tiene que desear. Yo no te puedo pedir amor erótico, pero tú no me puedes pedir amor de amigos. Si te enamoras, no vas a dejar de quererla porque te dé calabazas. «Ah, ya no la quiero. Me ha dicho que no, así que ya no siento nada por ella…», si piensas eso es que no has amado en tu p… vida. Mujer: si has rechazado alguna vez a un hombre que estaba detrás tuya y habéis seguido siendo amigos…  la realidad es que ese hombre o no estaba realmente enamorado, o mientras tú creías que erais amigos él en realidad te seguía amando con vanas esperanzas. Y lo segundo, créeme, es un infierno, el peor infierno que soy capaz de imaginar; así que si tienes algún amigo en esta situación, asegúrate de que en realidad no esté enamorado. No seas cruel.

La otra cara de la moneda son las no tan guapas, que opinan exactamente lo mismo que las guapas… pero no con respecto a ellas mismas, sino con respecto a las guapas. Esto produce celos, complejos y resquemores. Creen que las guapas pueden elegir y que ellas se tienen que conformar con los restos. No se dan cuenta de la verdad que se esconde en el refrán de: «La suerte de la fea, la guapa la desea.» Sí, es cierto que muchos menos hombres se acercan a las feas que a las guapas. A las guapas nos acercamos todos, inicialmente al menos. Luego, al conocerlas, puede que nos dejen de gustar. Pero en el primer instante, vamos hacia la guapa, nunca hacia la fea. Sin embargo, el que se acerca a la fea, el que se enamora de la fea, lo hace porque es capaz de ir más allá del aspecto físico y ver su belleza interior. Por eso la guapa tiene una mayor tendencia a elegir mal (pues tiene más candidatos que son unos cerdos), mientras que la fea elige mejor. A menos que los celos hacia las guapas obstruyan su visión. Entonces no serán capaces de ver lo que tienen enfrente y la cagarán igual que las guapas. Pero en caso de que no haya celos ni complejos, lo normal es que la fea encuentre al hombre de su vida más fácilmente que la guapa, que tiene más donde elegir y, por tanto, más donde equivocarse.

Y es que oportunidades de que alguien te ame, de verdad, en esta vida, hay una o dos, seas guapo o feo. No más. El resto, aunque no lo creas, es paja, es ficción, es fantasía erótica (y la fantasía es lo contrario a la realidad). Por lo tanto, hay que tener mucho cuidado a la hora de elegir y a la hora de descartar. El amor, el verdadero, es algo divino, sobrenatural. No se puede explicar en terminos materialistas, señor Punset (que, por cierto, por su forma de describir el amor, no se ha enamorado usted jamás: vergüenza ajena me produce cada vez que intenta hablar del amor). Y a Dios podemos aceptarle o rechazarle, pero no podemos controlarle. Al Amor podemos aceptale o rechazarle, pero no podemos controlarle.

Uno de los grandes dramas de la juventud española (y no sólo la española) es que de estas cosas ni se entera.

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