Pensando que las palabras son su único consuelo, se abalanza sobre la mesa; lápiz en mano ágil, de pequeños y veloces movimientos. La otra mano sirve para rascarse la cabeza al no gustar lo escrito. Pensando que las palabras son su único sostén se aferra a ellas con todas sus fuerzas. Desearía viajar allí, hacia donde su imaginación le lleva, a aquellos mundos turbios en donde los problemas tienen solución. Mundos que controla, donde los enamorados son héroes y no villanos, donde las buenas intenciones siempre son acertadas, donde las vidas más insignificantes son valiosas. Allí donde nunca falta una salida, donde los actos nobles siempre son semilla y camino recorrido.
Pensando que las palabras son su único consuelo, escribe el escritor abatido, llorando sobre sus propias frases, deseando que las lágrimas las conviertan en verdades. Y ahí donde se deja el alma, el escritor vuelve por sus fueros, vuelve a ser escritor.