La tormenta seguía arreciando pasados tres días. Filipe miraba por el ventanuco, sorbiendo de cuando en cuando del tazón humeante. Era imposible y, sin embargo, ya no resultaba posible negarlo. Un pitido metálico resonó en la habitación, indicando que la comunicación había comenzado. Filipe, sin moverse, declamó:
-¿Sabes Roy?, ya no recuerdo el tacto de la nieve.
-Es un trabajo duro. Pero tú mismo lo pediste. Además, ahí fuera debe hacer como veinte o treinta grados bajo cero. No creo que sea agradable sentir el tacto de la nieve… – respondieron los altavoces del ordenador. – Filipe, te llamo para preguntarte cómo va la última revisión.
-Los datos no han cambiado.
-¿Lo has comprobado?
-Hace veinte años hice la primera comprobación. Y no han cambiado desde entonces.
-Pero, un día…
Filipe se giró furioso y caminó hacia la cámara incrustada en la pared.
-¿Un día? Roy, tú sabes tan bien como yo que este proyecto es una pérdida de tiempo. Me piden que revise los mismos datos una y otra vez…
Roy, a mil kilómetros de distancia, sabía que debía guardar silencio. Cuando Filipe se ponía así lo que había que hacer era dejar que se relajara.
-Hoy es mi cumpleaños, Roy. ¿Sabes cuántos cumplo? Cuarenta y dos. El otro día me enteré de que el mayor de mi hermano ya estaba en la Universidad… ¡Y no le conozco! No conozco a mis sobrinos… para ellos no existo… En realidad tampoco existo para el resto de mi familia… Estoy cansado de este trabajo, Roy. Quiero dejarlo. El proyecto no sirve. La medición aquella, la que hizo que me mandaran aquí, a estudiar este desierto blanco… esa medición fue un error. Lo sé, Roy. Sé que fue un error. No hubo ninguna actividad anormal. No hubo ningún campo electromagnético, ninguna energía, ningún cambio de temperatura… La medición fue un error. O tal vez alguien manipuló los datos… Ahí fuera no hay nada más que hielo y yo me estoy volviendo loco… Esta mañana, sin ir más lejos, me pareció ver a una joven… por esa ventana. Pensé que era Lisa.
-¿Quién? – se le escapó a Roy.
-Lisa. Ya te he hablado alguna vez de ella.
-No lo recuerdo, Filipe.
-Sí. Seguro que te he hablado de ella. No me tomes el pelo.
-En serio, Filipe, no lo recuerdo.
-Es imposible que no recuerdes a la mujer que amo, de la que te he hablado tantas veces…
-Ah… sí… ella – dijo Roy, finalmente. – Un momento, voy a cortar la comunicación, volveré a conectar enseguida.
Roy llamó a sus jefes para transmitirles que Filipe estaba perdiendo la cabeza. Estos le contestaron que era un trabajo muy bien remunerado y que lo de perder la cabeza estaba incluido en el sueldo. Seguidamente le pidieron el informe diario.
Roy restableció la comunicación.
-Filipe, ¿me puedes mandar un informe actualizado?
-Toma uno viejo y cámbiale la fecha… Oye, Roy, ¿crees que Lisa se habrá casado?
-No lo sé, Filipe.
-Esta mañana estaba tan bonita… Dios mío, ¿me estás oyendo? ¿Cómo no va a estar bonita, si no es más que el fruto de mi imaginación?
-Ahora que dices eso… No creo que haya existido nunca…
-¡Alto! Ahí está otra vez…
Filipe se acercó a la ventana. Al otro lado podía ver a una beldad vestida con sedas de colores pastel que le sonreía inmóvil, ajena a la tormenta…
-¡Filipe! ¡Filipe! ¿Sigues ahí?
-Sí, Roy. Sigo aquí – dijo Filipe retornando de mala gana hacia la cámara. – Pero ella está…
Cuando volvió a mirar ya no había nada.
-Filipe… ¿quieres hacer el favor de tomar una nueva medición?
-De acuerdo.
Filipe murmuraba maldiciones por lo bajo, mientras caminaba por el pasillo, hacia la sala de recepción de sensores. A mitad de trayecto vio abierta la puerta del laboratorio que servía para el autoabastecimiento hidropónico y los experimentos electro-biológicos que le habían entretenido durante dos décadas. Sus neones reflejaban una luz verdosa sobre el pasillo. Filipe se acercó a cerrar. Al hacerlo no pudo evitar quedarse mirando. Allí estaban su especie de huerto, con su turba, sus frutos y hortalizas, sus insectos mecánicos…. las máquinas de realimentación y regeneración vegetal; las pantallas de cálculo, donde se ofrecían los resultados de los estudios de las constantes biológicas o pseudobiológicas; los sistemas de riego; las herramientas que acumulaban polvo en el rincón del fondo… Todo iluminado con una luz verdosa que nunca había dejado de transmitirle cierta sensación de ambiente artificial y malsano.
¿Cuánto tiempo de su vida había gastado en aquella estancia? Al ponerse a contar horas pretéritas descubría que había pasado más tiempo allí, que estudiando el fenómeno que oficialmente era el objeto de su trabajo.
-Lisa… creo que en realidad me mandaron aquí para probar las técnicas de autoabastecimiento… y dan resultado, ciertamente – comentó en voz alta.
-Es un buen avance para vuestra raza – contestó una voz femenina.
Filipe dio una vuelta sobre sí, buscando a la que había dicho aquello. Estaba solo.
-¿Lisa? ¿Eres tú?
-Sí… lo soy.
Filipe pensó que volvía a alucinar. Se frotó la cabeza y decidió seguir con la tarea.
Cerró la puerta del laboratorio y caminó hacia la sala de recepción de sensores. Encendió las máquinas, se acercó al ordenador y pulsó el recuadro de la pantalla donde ponía “Enviar señal”.
Un ruido de motores anegó la sala. Seguidamente se sumaron al coro una serie de pitidos variados y rítmicos, y a estos se les añadió un golpeo grave y profundo: “pum… pum… pum”. Poco a poco se apagaron los motores y los pitidos. El martilleo continuó unos instantes más. Finalmente el lugar volvió a quedar en silencio.
En la pantalla apareció un mensaje: “Medición nula. No se ha recibido ningún eco de los sensores. La comunicación se ha perdido.”
Filipe volvió a intentarlo. De nuevo los motores, los pitidos, el golpeo… silencio. “Medición nula. No se ha recibido ningún eco de los sensores. La comunicación se ha perdido.”
Filipe se acercó a un aparato que colgaba de la pared. Lo encendió y tecleó un par de contraseñas. Del aparato surgió la voz de Roy:
-¿Qué ocurre?
-Te llamo desde la sala de recepción. He intentado hacer las mediciones dos veces y no ha habido respuesta de los sensores.
-¿No ha respondido ningún sensor?
-Ninguno. ¿Cómo está la tormenta?
-Desde aquí, los datos que recibimos son normales. Ha habido cientos como ésta y los sensores siempre aguantaron.
-Hace cinco años tuve que salir a reparar uno de ellos.
-Sí, es cierto. Un momento, que lo mire en el registro… Sí, aquí está. La tormenta era en todos los parámetros mucho más fuerte que la actual… partió el mástil.
-Reforcé aquel mástil. Ese tiene ahora el doble de resistencia que el resto. Probaré una tercera vez. Y luego miraré desde la torreta, a ver si puedo ver algo.
-Estoy observando los planos… No hay ningún nodo que una los diferentes sensores.
-Lo sé. Yo construí esto.
-Lo que estoy tratando de decirte es que probablemente tendrás que comprobar los sensores uno a uno.
Filipe se mordió el labio, pensativo.
-Voy a intentarlo de nuevo. Ya te informaré más tarde. Corto.
Ruido de motores, pitidos, golpeo grave y profundo… silencio. “Medición nula…”.
Filipe salió al pasillo, cruzó la estancia central y se encaramó a la escala que llevaba a la cabina de observación de la torreta.
-¿De qué te preocupas? – dijo la voz de Lisa. – En el fondo sabes que no tiene solución. La misión ha acabado. No te angusties, Filipe…
En la sala de observación no se veía nada. Los cristales estaban empañados y sucios. Hacía mucho tiempo que no subía a la torreta. Filipe, maldiciendo su suerte, y tras quitarle el polvo, se puso el traje de abrigo que colgaba de la percha, así como las pertinentes botas, guantes y gafas, que estaban en el armario pequeño. Finalmente tomó los prismáticos y subió por la correspondiente escala hasta la azotea.
El estómago se le llenó de angustia al abrir la trampilla que daba al exterior. Llevaba cinco años sin salir. Lo primero que recordó fue la bofetada de frío en la cara. Afuera le costaba mantenerse en pie, a causa del viento. Se aseguraba apoyándose en la baranda de acero.
Buscó los sensores con los prismáticos. Tras mucho otear logró ver sus mástiles metálicos, pero la luz de posición estaba apagada en todos y cada uno de ellos.
-¿Quieres que los encienda? Yo prefiero no hacerlo, pero tú llevas veinte años esperándome… lo mínimo que puedo hacer es tener un gesto de cortesía contigo…
Roy se giró. Esta vez sí estaba Lisa allí, con sus vestidos de seda ondeando al viento.
-Ya están encendidos.
Roy volvió a mirar en dirección a los sensores. No hacían falta los prismáticos para divisar las luces de posición.
-Lisa… – él estiró el brazo hacia la beldad. Su guante se posó sobre el hombro de la mujer. – Te echo de menos…
-Eso no es posible, Roy. Me has conocido hoy…
-Pero yo te recuerdo de toda la vida…
-Esos recuerdos son falsos. Los he introducido en tu cerebro para evitar que mi visión te espantara…
-Pero has reconocido hace un momento que yo llevaba veinte años esperándote…
-Porque viniste aquí hace veinte años. ¿Tu misión no era encontrar el motivo de aquella anomalía que detectaron vuestros aparatos humanos hace dos décadas? Esa anomalía soy yo.
-Entonces, ¿quién o qué eres?
-¿De verdad deseas conocerme?
-Sí, lo deseo…
-Puesto que la inteligencia humana no es suficiente, haremos un viaje del que no podrás volver. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
-¿Podré estar contigo?
-Estaremos juntos por siempre.
-Entonces sí. Deseo hacer ese viaje.
Roy esperaba en su despacho la llamada de Filipe, girando un lapicero entre sus dedos, reclinado cómodamente en el respaldo de la silla…En vez de encenderse el recuadro de la pantalla del ordenador, sonó el teléfono. La voz del otro lado fue tajante:
-Roy, necesitamos los informes, es urgente.
-Han surgido algunos problemas. Quizá hoy tarde algo más de lo habitual. Además, no veo la urgencia…
-Roy, ha vuelto a ocurrir. Las señales de hace veinte años, los radares de la zona se han vuelto locos, el satélite ha detectado una potente fuente de calor… Ha vuelto a ocurrir, todo como hace veinte años.
El lápiz rodó por el suelo.
-Me pondré en contacto con Filipe.
A mil kilómetros de distancia, en el refugio, resonó la voz de Roy…
-¡Filipe! ¡Filipe! Responde, Filipe… ¡Filipe! ¡Filipe…!
… como un eco inútil.