En un momento el hombre se asoma al balcón y ve las luces en la noche. El viento sopla frío, pero con extraña y cálida suavidad. Su contacto inflama el alma de vida y borra las sombras del corazón. Entonces el hombre ve las estrellas, escucha el silencio y siente paz. Nota, pues, su pequeñez, puesta en pie frente al Universo, el infinito Universo. Todo su ser, sereno, no desea ahora grandezas. No hay realmente deseo alguno, como tampoco temores. Todo es lo que es, tal cual es, y eso basta. En ese instante no existen, por un segundo, el pasado ni el futuro. Sólo la plenitud del ser y un puñado de estrellas cantando la grandeza de Dios. Asómate, pues, al balcón, ahora que se acerca la primavera. Asómate, mira al cielo, y respira hondo.