Padre, protégeme contra el frío, que vamos hacia el invierno.
El día se acorta y la noche se alarga. Las sombras de mi pecado y miseria, la oscuridad de mis errores y fracasos, y la dureza de los corazones de este mundo conforman los vendavales gélidos ante los que tengo que avanzar.
Ayúdame a sonreír ahora que quiero llorar. Ayúdame a no pensar en mí, ahora que el dolor en el pecho se vuelve tan agudo y ahora que el corazón se oscurece y desespera. Ayúdame ahora que el enemigo brota de mi corazón. ¡Padre, Padre, no me dejes sólo!
Haz de mí lo que tú quieras, pero protégeme con el abrigo de la esperanza, que la noche ha caído y hace frío en la calle.