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Próxima Centauri y la lejana soledad

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Por estos días se habla mucho de un planeta recién descubierto en las proximidades a Próxima Centauri, una estrella que se encuentra a “sólo” 4,2 años luz. El planeta se llama Próxima B.

Lo que hace correr ríos de tinta y suspirar a miles de personas es que de lo que se sabe de Próxima B, que de momento es muy poco, no hay nada que impida al 100% la existencia de vida en susodicho planeta. Con lo que conocemos las posibilidades son remotas, pero aún no llegan al cero absoluto y más de un científico se ha puesto a fantasear, a hacer ciencia-ficción, sobre cómo podría darse la vida allí. Porque ser científico no vacuna contra la fantasía y la sinrazón. Pero, de momento, lo “puramente científico” (si es que existe tal cosa) nos dice que va a ser que no. De hecho, yo apuesto a que no hay vida alguna en Próxima B. ¡Vaya, qué tío más pesimista!

En los debates se mezclan muchos deseos propios de la sociedad actual, con elementos científicos. Así parece que estamos haciendo ciencia, hablando sobre la base de la realidad, y no es cierto. Al menos, no en lo que se refiere a lo que sale en los periódicos generalistas y las discusiones del “público”.

Primero quiero aclarar tres ideas que se mezclan en todo esto, confundiéndonos:

  1. Probabilidad de que exista vida en otros planetas
  2. ¿Qué entendemos por vida extraterrestre?
  3. Posibilidad de contactar con vida extraterrestre

Probabilidad de que exista vida en otros planetas

La probabilidad de que exista vida en otros planetas viene dada por una ecuación muy simple: es el producto entre la cantidad de planetas que hay en el Universo por la probabilidad de que un planeta pueda contener vida. Si la cantidad de planetas es “X”, y la probabilidad de vida “1/Y”, la probabilidad de existencia de vida en otros planetas es X/Y. De tal forma que si X es mayor que Y, entonces lo más probable es que haya vida en otros planetas, y si X es menor que Y, lo más probable es que no la haya.

Mucha gente plantea que tiene que haber vida a la fuerza porque el Universo es muy grande y “X” también lo es. Pero lo cierto es que “Y” también es enorme. Y la verdad es que no sabemos cuál de las dos variables es mayor, así que de momento la creencia en la existencia de vida en el Universo, más allá del planeta Tierra es una cuestión de fe, no de ciencia. Unos creen y otros no creen (en estos últimos me encuentro yo). Pero de momento, a nivel científico, que yo sepa, no se puede ni afirmar ni desmentir ninguna de las dos opciones.

De fondo, el debate tiene que ver con la creencia o no en Dios: si Y es mayor que X, entonces lo lógico sería pensar que la vida en la Tierra no se generó por azar, lo que apunta a la existencia de una voluntad divida. En caso contrario, si X fuera mayor que Y, entonces la vida en la Tierra podría argumentarse como fruto de la casualidad y, por lo tanto, Dios parece quedar fuera de la ecuación. Ese es el debate que hay de fondo. Pero es un debate estéril, porque el hecho de que existan mayores o menores probabilidades de vida, no demuestra per se la existencia o inexistencia de una voluntad creadora.

¿Qué entendemos por vida extraterrestre?

Este es un tema que se pasa por alto, que genera mucha confusión y que habría que aclarar: ¿aceptamos protozoo como vida extraterrestre o cuando decimos aquello de “no estamos solos en el Universo” estamos hablando de la posibilidad de existencia de civilizaciones en otros planetas?

Porque es mucho más probable la existencia de protozoos, bacterias y seres microscópicos, que la existencia de “vida inteligente”. En el planeta Tierra, único planeta con vida conocido, sólo una especie tiene eso que llamamos “vida inteligente”. Sólo el hombre es capaz de desarrollar una civilización. El resto de las especies terrestres, que son millones (incluyendo el reino vegetal), no lo son. Es más, con tantas especies de mamíferos que existen, sólo el hombre ha desarrollado una cultura.

Esto debería darnos una pista sobre la improbabilidad absoluta de que en caso de que lleguemos a descubrir vida extraterrestre, ésta sea “inteligente”.

Aclaración: hablo de “vida inteligente” por puro convencionalismo. El hombre no se distingue del mono tanto por la inteligencia, como por su trascendencia. Es la capacidad trascendente la que da pie a la generación de la cultura, de la técnica, del arte e incluso de la ciencia. Porque una cosa es tener capacidad de aprendizaje y otra, bien distinta, la curiosidad, o la necesidad íntima de aprender, de experimentar y de poner en práctica. Esto último es lo propio del hombre y es algo de lo que carecen el resto de las especies animales que aprenden, cuando aprenden, únicamente por necesidades de inmediata supervivencia. Sólo hay que fijarse en por qué aprende un niño: no es solamente por su increíble capacidad de aprender, sino porque tiene curiosidad. Si el niño no deseara aprender, no aprendería.

Posibilidad de contactar con vida extraterrestre

La velocidad máxima que desde el punto de vista de la física se puede alcanzar en el Universo es la velocidad de la luz. Cuando hablamos de la distancia entre las estrellas (y los subsiguientes planetas) lo hacemos en años luz: Próxima Centauri, considerada la estrella más cercana, está a 4,2 años luz. Las estrellas más lejanas están a millones de años luz.

Esto significa que la posibilidad física de contactar con vida extraterrestre, si esta existiera y fuera inteligente, en un planeta “cercano” sería muy escasa, ya que en el caso de que hubiéramos alcanzado el desarrollo tecnológico suficiente como para viajar a la máxima velocidad posible en el Universo (que es algo que probablemente nunca lograremos), tardaríamos años en llegar a los sistemas solares “vecinos”. Si bien es cierto que cuando nos acercamos a la velocidad de la luz, el tiempo se ralentiza (y, por tanto, para el viajero el trayecto pueda llegar a hacerse relativamente corto), no lo es menos que para los que esperamos en “casa”, ir y volver a Próxima B supondría, en el mejor de los casos, y contando sólo el tiempo del viaje, una espera de 8,4 años. Eso hablando de velocidades que probablemente nunca podrán ser alcanzadas (ni por humanos, ni por extraterrestres) y yendo a visitar al vecino más cercano. Por ello, la comunicación con los vecinos de Próxima B tendría que reducirse a señales lumínicas o similares, que tardasen años en llegar.

Obviamente, si esta es la dificultad para alcanzar a los vecinos más cercanos, intentar llegar a los demás es imposible en el mejor de los casos.

En definitiva: si existen vida y, más aún, civilizaciones extraterrestres, en la práctica seguimos estando solos, porque la comunicación es imposible. Y la soledad no consiste en la ausencia de otras personas, sino en la incomunicación con otras personas. Si nadie se puede comunicar contigo y tú no te puedes comunicar con nadie, en la práctica estás solo. Y esa es la dura realidad del Universo: No estamos solos porque no existan civilizaciones extraterrestres (que probablemente no existan), sino porque la comunicación entre nosotros y ellos sería imposible.

Conclusión

El hecho de que la realidad apunte a que estamos solos en el Universo, no es fácilmente admitida, incluso por las mentes más brillantes. Lo que me pregunto es: ¿Por qué? ¿De dónde viene esa necesidad de que “no estemos solos” en el Universo? Y, más intrigante aún, ¿por qué algunos carecemos de esa necesidad?

Lanzo mi hipótesis, que es sólo eso y puede estar equivocada:

Vivimos, al menos en una buena parte del mundo, un grave problema de soledad. La cultura individualista, en la cual vales en función de tu dinero y tu físico, nos hace sentir terriblemente solos. No es la soledad del que se retira a rezar o a meditar. Es la soledad del que no encuentra quién le comprenda, del que no se siente querido, del que ve al prójimo como un enemigo del que desconfiar o un rival con el que competir…

Tampoco es menospreciable la situación económica actual en la que el 1% de la población controla la mitad de las riquezas mundiales, mientras el 80% de la humanidad se muere de hambre.

Vivir en un mundo así no nos satisface. Necesitamos algo más. Queremos, deseamos que exista algo más. El “no estamos solos en el Universo” en realidad es una forma de decir “la realidad, el mundo, no puede limitarse a esto, tiene que haber algo más”.

Ciertamente, nuestros corazones palpitan deseando algo más pleno, más justo, más alegre. Nos aterra lo difícil que hemos hecho que sea la existencia, la nuestra y la de nuestros hermanos. Queremos un algo más…

Pero hete aquí que también hemos descartado la idea de Dios, o la hemos parcializado amoldándola a nuestras apetencias. Al final, ambas cosas son lo mismo, porque si creemos en Dios, si de verdad tenemos fe, entonces tenemos que aceptarle como es y no como nos gustaría que fuera. Un dios hecho a nuestra imagen y semejanza es un dios con minúscula, incapaz de llenar aquello que nosotros mismos no somos capaces de llenar. Por tanto, a pesar de ser un dios cómodo (que nunca nos exigirá nada que no queramos), es un dios absurdo e inútil que sólo alcanza hasta donde nosotros llegamos. Si Dios de verdad existe, sólo puede ser el que Él es, nunca el que nosotros queramos que sea. Como no aceptamos esto, nuestra hambre transcendente queda insatisfecha.

Esta necesidad de trascendencia (lo que antes decíamos que nos hace humanos), esta necesidad insatisfecha, tratamos de cubrirla con una fantasía, con una ilusión. Realmente, cuando afirmamos “no estamos solos en el Universo”, queremos decir “tiene que haber algo más y mejor”.

Pero sí que estamos solos o eso parece demostrar lo que hasta ahora sabemos. Porque aunque existiera la vida inteligente (o trascendente) allende las estrellas, la comunicación sería imposible. Estaríamos aislados, cada cual en su planeta. Sin embargo, la pregunta a responder es la otra: ¿Existe algo más bueno y mejor? Yo creo que sí. Pero es que yo creo en Dios y, qué curioso, es la fe la que me permite aceptar los resultados de la ciencia sin ningún tipo de problema.

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